sábado, 5 de abril de 2008

A alguien se lo escuché

Melódica, rítmica. Una vez, otra vez. Una gota, otra gota. Escucho y veo sus ondas, su estallido al chocar contra la loza del lavabo. Me levanto, ajusto la válvula del aseo. Apoyo mi espalda en el friso helado mientras percibo la sensación que transmite mi piel al cerebro. Y recuerdo…

Recuerdo cuando llegué aquí y me instalé entre vosotros. Qué más da de donde viniera, lo que en un pasado hiciera o de lo que huyera. Llegué con la lluvia a una estancia para gatos, angosta y oscura. La lluvia seguía presente en el interior por medio de la gota que descendía de esa curva que hace el codo de la tubería en el lavabo. Se quedaba ingrávida, sola, protagonista del momento hasta que la fuerza de la gravedad la empujaba hasta el suelo para destrozarla de una forma violenta pero elegante. Me di cuenta que de nada valía hacerle duelo puesto que, al instante, otra ocupaba su lugar.

Eran días donde descansaba en la piltra con el planetario de arañas que rememoraba, vagamente, la bóveda azul de algún cielo, de algún lugar. Descansaba mi cuerpo, descansaba mi mente. Eran días de mezclarse con vosotros, con la mirada dócil del que no es de aquí. Con la dulzura empáticamente estudiada (sólo comparable a aquella que está instalada en los rostros de los monitores sociales carcelarios), pidiendo, mendigando: “hacedme un huequito, que ya no puedo volver”. Mezquina fortuna. Yo que llegaba de donde vuestros hijos se juegan la vida por entrar, os suplicaba favor y hospitalidad.

La piltra, la gota y yo, formábamos una sola mente bajo un firmamento de redes en donde firmamos “El manuscrito para la Supervivencia”. Y lo pusimos en práctica. Fueron años duros, pero gratos. Cualquier avance era festejado con la generosa espuma de aquella lata de cerveza, la mejor oferta del supermercado cercano.

Hoy manejo auto con abecedario (ABS, GPS…), casa propia, botellero abarrotado, aire acondicionado y nevera repleta.

Pero cuando, alguna vez, oigo la cadencia musical de ese suicidio colectivo de gotas de agua, me levanto, cierro la válvula, apoyo mi espalda contra el friso helado para ahogar la lágrima de mi mente que me reclama “….y sin embargo era feliz”.

6 comentarios:

Mónica Bezom dijo...

Hola, JuanMa: no puedo explicar cuánto -ni porqué- me gusta tanto, este micro. O lo que sea. Pero sí puedo decirte que al releerlo me ha impactado tanto como aquella primera vez. Y que lo he vuelto a leer y releer. Por puro placer. Emociona y trae a la mente cosas; sombras, luces viejas, momentos, fin de fiesta, soledades; todos de antes. No propios, necesariamente. Opera como un centrifugado que traslada al pasado al protagonista y, por transmisión impensada, al lector desprevenido o gustosamente entregado al ejercicio.

La metáfora de las gotas en un constante e indiferente "suicidio colectivo" es magnífica:

"Melódica, rítmica. Una vez, otra vez. Una gota, otra gota. Escucho y veo sus ondas, su estallido al chocar contra la loza del lavabo. Me levanto, ajusto la válvula del aseo. Apoyo mi espalda en el friso helado mientras percibo la sensación que transmite mi piel al cerebro. Y recuerdo, recuerdo…"

Ya este párrafo es una maravilla en sí; se autoabastece. Es un micro perfecto y de fuerte efecto visual. El del narrador con su espalda contra el friso "helado" (genial) mientras percibe la sensación que va "de la piel al cerebro". Y viene el tropel de los recuerdos... al ritmo, imagen y semejanza de la sucesión de gotas convocadas al suicidio. ¡Ufff! Has creado una imagen poderosa y adherente. No dan ganas de abandonarla. Eso es justamente lo que me pasa cuando la recreo en mi mente.

"Recuerdo cuando llegué aquí y me instalé entre vosotros. Qué más da de donde viniera, lo que en un pasado hiciera o de lo que huyera. Llegué con la lluvia a una estancia para gatos, angosta y oscura."

Sí, claro, qué mas da "de dónde viniera". Remite a alguien que recuerda sus primeros y cautos pasos en una tierra ajena, obligado al exilio por alguna circunstancia que se omite por estimarla innecesaria "qué mas da... lo que en un pasado hiciera o de lo que huyera".
Lo llamativo es que no despierta -por lo menos en mi caso- un interés insatisfecho del lector; por el contrario, esa ausencia de completa explicación ¡Funciona! Y funciona a las mil maravillas en este caso.

Y siguen los interrogantes que, lejos de incomodar, permiten un rico paseo de la imaginación de cada quien. No es un paseo anárquico, sin embargo. Dejas parámetros que apuntan el rumbo y ahí está el enganche, la magia: llegó con la lluvia -tropel de gotas que se precipitan- a una estancia para gatos!

"La lluvia seguía presente en el interior por medio de la gota que descendía de esa curva que hacía el codo de la tubería en el lavabo. Se quedaba ingrávida, sola, protagonista del momento hasta que la fuerza de la gravedad la empujaba hasta el suelo para destrozarse de una forma violenta pero elegante. Me di cuenta que de nada valía hacerle duelo puesto que, al instante, otra ocupaba su lugar.

La lluvia se enlaza acá -para recrear el recuerdo- a la fila de gotas que avanzan por el codo de la tubería y, previo, instantáneo e ingrávido suspenso, opera su suicidio elegante, pése a la violencia de la caída.
Esa imagen es una belleza, permíteme decirte. El contraste que ofrece la ingravidez anterior e inmediata contra la violencia de la caída. Frágil y delicada la primera; concluyente y sin atenuantes la segunda. Hay poesía allí. Mucha. Y con cero sensiblería. ¡Vaya!

"Eran días donde descansaba en la piltra con el planetario de arañas que rememoraba, vagamente, la bóveda azul de algún cielo, de algún lugar. Descansaba mi cuerpo, descansaba mi mente."

Claro que sí. Es el tiempo del reposo, de reparación y de recarga de energías. Y es tiempo de rememorar, mientras el músculo agradece la pausa.

Una bóveda trayendo otra -de otra parte donde ya no se está- a la mente apaciguada pero no dormida, permite al lector asomarse a ese ritual privado compuesto de levedad y silencio... Nuevamente enlazas introspección y poesía.

"Eran días de mezclarse con vosotros, con la mirada dócil del que no es de aquí. Con la dulzura empáticamente estudiada (sólo comparable a aquella que está instalada en los rostros de los monitores sociales carcelarios), pidiendo, mendigando: “hacedme un huequito, que ya no puedo volver”. Mezquina fortuna. Yo que llegaba de donde vuestros hijos se juegan la vida por entrar, os suplicaba favor y hospitalidad.

"Con la mirada dócil del que no es de aquí": todo lo que sigue es consecuencia de esta corta y efectiva línea. "Con la mirada dócil del que no es de aquí": Hacedme un huequito, que ya no puedo volver" Increíble.

"Mezquina fortuna": llegabas de donde nuestros hijos se juegan la vida por entrar, y vienes a suplicar favor y hospitalidad. Hay experiencia de vida y de muerte, de renacer y de perdón, para poder escribir así, Ruin. Mucha. Y bien asimilada. Me voy quedando extasiada al tiempo que te comento.

La piltra, la gota y yo, formábamos una sola mente bajo un firmamento de redes en donde firmamos “El manuscrito para la Supervivencia”. Y lo pusimos en práctica. Fueron años duros, pero gratos. Cualquier avance era festejado con la generosa espuma de aquella lata de cerveza, la mejor oferta del supermercado cercano.

Otro acierto: firmaste un código de supervivencia "la piltra, la gota y yo" ¡Que cosa! "firmamento de redes": ¡Sí, sí! Las redes contienen. Ofrecen contención durante los años duros.

Tu personaje no guarda rencores, sino que atesoró apredizaje. "fueron años duros pero gratos" donde cualquier avance habilitaba el premio reconfortante de la espuma de una lata de cerveza... A veces son los mejores recuerdos... Cuando se mira retrospectivamente sobre el hombro y desde el hombre, una vez superado el trance:"Hoy manejo auto con abecedario (ABS, GPS…), casa propia, botellero abarrotado, aire acondicionado y nevera repleta."

Pero cuando, alguna vez, oigo la cadencia musical de ese suicidio colectivo de gotas de agua, me levanto, cierro la válvula, apoyo mi espalda contra el friso helado para ahogar la lágrima de mi mente que me reclama “….y sin embargo era feliz”.

Y el broche, el cierre de este riquísimo, introspectivo relato circular. Como una rueda que gira y gira; en la que a veces estás arriba y otras abajo ¡Cómo la vida misma!

"La cadencia musical de ese suicidio colectivo de gotas de agua"
¡Esta línea es terriblemente envolvente. Involucra aún sin quererlo, y es poesía... Involucra en un viaje al pasado, cuyo boleto es entregado por las gotas en suicidio colectivo. Desde ese tiempo pretérito, otra gota, esta vez una lágrima, habilita la revelación del reclamo -dormido hasta ahora, o tal vez sofocado, de que "sin embargo, era feliz".

Magistral.

Profundo y emotivo, rasga un poquito los cascarones del olvido de quien lee.

Te felicito. He disfrutado comentando esta joyita plena de sabiduría y poesía a la vez.

Un abrazo.

mi primo y yo dijo...

TURKESA,

¿Sabes?

Sí lo sabes. Te lo he dicho alguna vez y nunca me cansaré de decirlo. La primera vez que leí tu comentario a este escrito en el foro donde nos conocimos, fue algo increíble para mí.

Entraba una y otra vez. No me creía que el escrito mereciera ese magnífico comentario. Parecía un chiquillo con zapatos nuevos, de los que levantan la tapa de la caja a hurtadillas para comprobar que están ahí.

Era mi primer escrito en prosa y tu comentario significó un empujón de ánimo para seguir intentándolo. Comentario que yo siempre te agradeceré, al mismo tiempo que la humanidad te pasará factura por ello.

Ha pasado tiempo de este escrito y siempre es un placer que te pases por él.

Como siempre es un placer "charlar" contigo.

Besos

pepsi dijo...

Guauuuuu! las gotas, las gotas!
Cuánta sabiduría, conocimiento, dolor, locura, tristeza y recuerdos hay en esas gotas. Destiladas una a una, como la más añeja de las bebidas. De esas bebidas que llaman "espiritosas", yo a estas gotas de agua, las diría "espirituales" porque son del alma, del fondo del alma.

Es un placer que lo hayas colgado en el blog, tan a mano!

Besos,
pepsi

Esther dijo...

Cometí un error: además de volver a leer este texto delicioso, leí el comentario de Turkesa. Ahora, no sé muy bien qué decir ¡lo dijo todo ella, y encima mejor de lo que podría expresarlo yo!
Pero haré un esfuerzo.

La gota de agua como símbolo, como recuerdo, como nexo entre el pasado y el presente, desde el momento en el que el llegó a la estancia para gatos (sin nada detrás, sin pasado que rescatar, sin querer rescatar nada del pasado), hasta el hoy, cuando es rico, vive bien, pero, pero...

El último párrafo cierra la historia no sólo de forma redonda, sino también con una tristeza que le da un sentido muy humano a todo el texto anterior. La aparente paradoja que queda planteada entre “tener” y “ser” es, con mucho, una de las trampas más comunes en la vida ¿actual? “El manuscrito de la Supervivencia” posiblemente no contenía ningún capítulo en el que apareciera la simple mención que, a veces, esforzarse por sobrevivir implica un gozo que no aparece cuando ya sabemos que hemos sobrevivido.

La gota de agua es el símbolo de todo esto, en la mente y el corazón del protagonista. Una mera gota que cae de una canilla mal ajustada: cotidiano. También lluvia, también lágrima, también compañía en los momentos desolados.

Nota al pie: el último párrafo es muy bueno. Endeveras.

Un abrazo transoceánico, primo de las Españas.
Esthercita (la del tango)

mi primo y yo dijo...

Pepsi,

tú si que eres espiritosa y "to" esa cosas del mundo de las palabras que te salen con todo el sentido del mundo.

Gracias por pasarte por aquí.

Besos

mi primo y yo dijo...

Esther, mi prima, la del tango.

¡Qué bueno aquel tango!

Ese ha sido uno de los escritos en los que más he disfrutado. Seguro.

Aquí dices que llegas tarde y me dejas un comentario con tu sello. Comentario de aquellos que me hacen pensar: ¿Eso lo he escrito yo?

Comentario que siempre se agradecen, porque siempre son para sumar.

Otro abrazo para ti.