martes, 16 de diciembre de 2008

Cuestión de olor

Linnea olía a tomillo.

Quizás fue el aditamento crucial de nuestra unión. Eso, unido al hecho, nada despreciable, de encontrarme en un lugar donde el blanco del frío hacía más atrayente la presencia olorosa del verde Thymus vulgaris.

Parques nevados, sonrisas vaporosas, melena al viento…escenas de estúpidas películas americanas del siglo pasado. Y de este.

Éramos felices. Yo, al menos, lo era. Mi inexistente permiso de trabajo se podría ver reemplazado por una unión formal y legal con una nativa del país.

Y todo gracias a Glenn. Mi buen amigo confundido. O mi amigo por confusión. Llevaba poco tiempo aquí cuando me encontré con unos gallegos que estaban de vacaciones pagadas por su empresa. Éstos, cuando están fuera de la tierra y aún no les atacó el virus de la morriña, no tienen freno. Así que, como fin de fiesta, Xurxo y yo nos pintamos los labios, acomodamos nuestro pelo bajo servilletas de papel e iniciamos una irrepetible parodia del folklore nacional, tan lejano esos días.

Aquí entró Glenn. Bien por la poca luz o por el grado etílico que paseaba el hombre del Norte, hubo una confusión sobre sexos y apetencias (cabezazo al mentón incluido), que una vez aclarado sirvió para rehogar en risas lo que quedaba de noche.

Poniendo como condición el respeto mutuo, me fui a vivir con él. Aquí conocí a Linnea.

Glenn era profesor. Me gustaría decir que era un fenomenal maestro de piano venido a menos por un desengaño amoroso, recuperando así cualquier escena romántica del diez y ocho. Pero no, la Física Cuántica no tiene nada que ver con la música. Al menos así lo veo yo.

Mi sonrisa constante, mi torpeza con el idioma y mi decena de años que la aventajaban terminaron por seducirla. Caballero, muy a su pesar, Glenn cumplió aseadamente con nuestro pacto de respeto, aunque su mirada proclamase otra cosa.

Fui instructor de un potrillo envuelto en cuerpo de mujer. Sí, aunque apeste a celuloide, era feliz.

¿Porqué la tostada ha de caer por la cara de la mantequilla? ¿Eh? Pues yo tampoco lo sé.

La felicidad tiene fracturas sociales. Así, Linnea, se ilusionó en hacer una reunión familiar y ahí cambió mi mundo.

La madre no olía a tomillo. Olía a todo. Era la madurez infinita reflejada en la elegancia del junco que tenía ese cuerpo cuya primera decena coincidió con mi nacimiento. En un ansiado momento de soledad mi mano derecha se acopló al bolsillo trasero de sus finos pantalones vaqueros. Sólo una mirada. Ningún ademán ni palabra ni reproche. La mirada de unos ojos rasgados encendieron el verde de “adelante”.

Mientras Linnea navegaba por la Física, yo naufragaba por la Anatomía, donde unas manos maduras y expertas me documentaban en mi ignorancia. Sentir sus manos recorrer mi cuerpo, con esa lentitud premeditada que paraba el tiempo y mi aliento cuando las yemas de sus dedos comenzaban un descenso simétrico a lo largo de mi espalda, desde mi nuca hasta donde ella quisiera poner fin.

Y como uno más uno son dos y dentro de cien años todos calvos, el clan familiar empezó a atar cabos y llegaron a una conclusión: no debía ser sólo casualidad que las noches, cuando yo no salía con Linnea, fuesen las mismas que su madre se ausentaba de su casa.

Así que las hordas vikingas aporrearon el portero automático de Glenn, exigiendo que se bajara el puente del castillo. Al entrar en el patio de armas nos vieron a los tres alrededor de la mesa de estudio donde el docente explicó que la madre de Linnea quería estar a la altura de su hija, por lo que retomó las olvidadas nociones físicas. A la Física Cuántica me refiero.

Todo aclarado. Linnea y su madre se fundieron en un abrazo desnudo ( y tanto, con las prisas la lencería se quedó colgada en la lámpara). En ese instante vi marcharse mi presente, mi pasado y mi futuro como si de una sola persona se tratase, eso sí, con dos traseros bien diferenciados.

Glenn, amablemente, me invitó a marcharme pues, de ahora en adelante, el respeto mutuo se lo iba a pasar por el Arco del Triunfo.

Los dioses han dejado de confiar en mí.

Y, la verdad, es todo un alivio.