domingo, 15 de septiembre de 2013

Camino de San Andrés

Mi primo Alfonso, todos los años, tiene una cita con las islas canarias.
A su vuelta, este año, me trajo un regalo en forma de libro:

El Mar de la Fortuna de Luis León Barreto.

No me importa decir que no conocía a este escritor canario. Me gusta decir aquello de “nunca es tarde si la dicha es buena”.
Y esta ha sido buenísima.
Los relatos de su tierra, de su historia cercana, de su historia primitiva, de dioses y tierra, de huidas y venidas me han atrapado para conocer más a esa tierra que desconozco. Y la fuerza de los personajes femeninos.

Pero hay otro elemento que ha hecho que el libro me resulte más atractivo aún, y es que, en esa historia cercana, en muchos momentos he visto reflejada mi tierra del Sur.

De parte de esas sensaciones que el libro me ha transmitido nace este Camino de San Andrés.

Ha sido un verdadero placer conocer a Luis León Barreto.

No sé ustedes, pero yo no pienso seguir perdiéndomelo.


Camino de San Andrés

Camino de San Andrés,
camino en toda la tierra,
el amor se hace costumbre
y el tedio se despereza
cortando de un tajo alas.

“Adónde” sólo es quimera
que se derrama en un bar
con su cafetera nueva,
los sueños por estrenar
y todas sus moscas viejas.

Fuera, la Bultaco ruge
pero nadie la acelera.
Gomas que son esqueleto
de paralíticas ruedas.

La guagua del desengaño
de combustible va llena.

Las mujeres van de negro,
color para las ausencias.
Pero, hay más de un color,
Clotilde así lo piensa
y sabe que hay embarazos
que duran más de la cuenta.

Cuando se murió Amadeo,
Changó se paró en su puerta.
No se supo si lloraba
de la risa o de tristeza.
Chanito, descamisado,
recitaba la quiniela.

Cuando llegue lo que llega
yo ya sé la contraseña:
Vacaguaré me diré
y me buscaré una cueva.

Guayarmina rió digna.
Era libre, no manceba.
Otros después partirían
sin higos y con maletas.