Uno siente que, a veces, las cartas que tiene en las manos
son las buenas, reconociendo, incluso, que no tiene ni idea de qué va el juego.
Encontrarme con Alfonso Baro Alcedo, ha sido una de las
mejores “manos” en esta partida.
Prima la complicidad ante la formalidad y así, durante estos
años, hemos caminado, con la mente en la tierra y los pies en el cielo, por
esos caminos asfaltados de hojas de libros, de notas musicales.
Compartir con él escenario es para mí todo un placer, es
disfrutar de todo este mundo, de este teatrillo canalla en donde nos puede el
deseo de ofrecernos al público con todo ese respeto que merece.
Ayer, como otras veces, fui público ferviente de su
actuación. No es fácil llenar de sentimientos un teatro con la única defensa de
una guitarra y una voz. Ayer, de nuevo, lo consiguió.
Que haya versionado algunas letras mías es todo un
privilegio. Poder escuchar mis palabras
en su voz me llena de emociones
inenarrables, como volvió a pasar ayer.
Arropado de la gente que le queremos y admiramos, sabe absorber nuestra energía para hacerse gigante en el escenario. Luego, lo que ha
tomado prestado de cada uno de nosotros nos lo devuelve en emociones.
Esas que te erizan la piel, te ponen el nudo en la garganta.
Las que te lanzan a aplaudirle antes del último acorde. Esos aplausos que a él
lo alimentan y que no cambia por nada.
Yo no puedo, ni debo, darle las gracias. No, no es lo que
buscamos. Eso se lo dejaremos a otros.
Solo puedo, igual que ayer, mandarle un gran abrazo , un
gran beso para decirle:
Qué bueno que estés aquí.